jueves, 23 de abril de 2009

FARSA Y JUSTICIA DEL JUEZ

PERSONAJES
· El juez – ORMEÑO
· El secretario –
· El cocinero – JUAN PABLO
· El granjero – YNFANTE
· El sastre – NIÑO DE 6º GRADO
· El leñador -
· Dos alguaciles -
· El peregrino -

Sala capitular con estrado. Gran puerta ante la cual montan la guardia dos alguaciles, y otra falsa de acceso al palacio. Preside cualquier majestad barroca de castilla.
Entran el JUEZ Y EL SECRETARIO de audiencias. Hablan de los vinos y manjares con esa tierna malicia que otros, menos curtidos, reservan a los confidentes del amor.

SECRETARIO.- Por Cristo vivo que no recuerdo haber disfrutado en mi vida semejante banquete. Bien pregona la fama que en toda la ciudad no hay mesa como la del señor juez.

JUEZ.- Cada edad tiene su pecado capital. A los veinte padecía la lujuria, a los treinta la ira y a los cuarenta la soberbia, ahora en mis cincuenta corridos, y antes que llegue la avaricia, que es maldición de viejos, vendita sea esta gula que me libra de tantos males y a la que debo tantos bienes.

SECRETARIO.- Según eso, ¿afirmaría su señoría que la gula podría ser una virtud?

JUEZ.- (Sin vacilar). En los años que lleva en mi secretaría. ¿Qué le han parecido mis sentencias?

SECRETARIO.- Todo el mundo las celebra como la suma de la bondad, de la sabiduría y la justicia.

JUEZ.- ¿Y a qué lo atribuye usted?

SECRETARIO.- Ante todo a su noble corazón.

JUEZ.- Gran error, mi querido secretario.

SECRETARIO.- Entonces, a su extraordinaria inteligencia.

JUEZ.- Tampoco, hermano, todo el secreto está en el estomago.(Mientras se sirve un trago). Un hombre bien comido es un hombre bueno. Un hombre bien bebido es siempre un hombre sabio.

VOZ.- ¡Socorro! ¡Por favor!

ALGUACILES.- (Deteniéndole) ¡Alto!

COCINERO.- ¡Que me matan! ¡Piedad para un inocente!

SECRETARIO.- ¡Dios mío! ¿No es Juan Blas el COCINERO en persona?

JUEZ.- ¡Déjenlo entrar! (Los alguaciles se apartan, Juana Blas cae de rodilla, temblando, a los pies del juez)

COCINERO.- ¡Por su alma, señor juez, señor juez, sálvame! ¡Cuatro hombres me vienen persiguiendo dispuestos a arrancarme el pellejo!

JUEZ.- ¿En mi presencia?

COCINERO.- Con la furia que traen son capaces de todo. (Se oye el griterío llegando a la puerta) ¡Ahí están! ¡Muerto soy si la justicia no me ampara!

JUEZ.- Pronto, secretario, detenga a esos hombres. Y que no entre nadie hasta que yo lo ordene. (Sale el secretario y los alguaciles, cerrando la puerta. Afuera va calmándose el tumulto). Tranquilízate, hijo mío. ¿Por qué te persiguen?

COCINERO.- Lo del robo, mejor lo sabe su señoría que yo. Es aquel lechón que me hizo traerle esta mañana. Imagínese como se puso el granjero cuando volvió a buscarlo y se encontró con las manos vacías.

JUEZ.- Era de esperar. Pero ¿no le dijiste que el lechón se había escapado del horno, como te mandé?

COCINERO.- ¡Nunca tal hubiera dicho! ¡Echo mano a la escopeta jurando como mun demonio. Y si no pongo pies a correr a estas horas estaría su señoría hablando con un cadáver!

JUEZ.- Comprendo lo del granjero. Pero ¿y los otros?

COCINERO.- Todo lo enredo mi mala suerte. Huyendo del cazador le rompí cuatro costillas a un peregrino; huyendo del peregrino atropellé a la mujer del sastre, que estaba embarazada; y huyendo del sastre ocurrió la desgracia más sangrienta. La del burro.

JUEZ.- ¿Qué desgracia y que burros son esos?

COCINERO.- El burro del leñador. Era mi única salvación para escapar, pero el maldito animal se echo al suelo: yo quise levantarlo a la fuerza tirándole del rabo… y el que no, yo que si, tanto tiramos que me quedé de cuajo con el rabo entre las manos. Y ahí están los cuatro como cuatro furias pidiendo a gritos mi cabeza. ¡Defiéndame, señor!

JUEZ.- Calma, Juan Blas, calma. Difícil es tu caso, pero soy hombre agradecido. Además, jamás perdería a un cocinero como tú.

COCINERO.- (Besándole las manos) ¡Gracias, señor, gracias! (el juez sube al estrado y agita la campanilla. Se abre la puerta)

JUEZ.- Que pasen los querellantes. (Entran en tropel, detrás el secretario, el granjero con su escopeta, el peregrino con la Biblia en la mano, el sastre con sus enormes tijeras y el leñador con su rabo de asno. Los alguaciles quedan nuevamente en guardia).

TODOS.- ¡Justicia, señoría!

JUEZ.- ¡Silencio todos! Siéntese acusado. Siéntense los querellantes, y oigamos en derecho a las dos partes. (Alza el brazo solemne). En el nombre del padre, etcétera, etcétera. ¿Juran todos decir, etcétera, etcétera?

TODOS.- ¡Juramos!

JUEZ.- Queda abierta la audiencia. Escriba, secretario. (Se sienta. Los acusadores vuelven a alborotarse)

GRANJERO.- ¡Cien latigazos a ese ladrón!

PEREGRINO.- ¡Mis costillas...., mis costillas!

SASTRE.- ¡Venganza para un padre malogrado!

LEÑADOR.- ¡Justicia contra ese arrancador de rabos inocentes! (Llora besando y acariciando el rabo de burro. campanillazos)

JUEZ.- ¡Silencio, repito, o hago desalojar la sala! Que hable el primero.

GRANJERO.- (Se levanta) yo, señor, soy granjero de oficio. Esta mañana le llevé al horno del cocinero uno de mis mejores lechones. Tres horas después vuelvo con la boca en agua a reclamar mi lechón para compartirlo con mi familia por el cumpleaños de mi hijo. ¿Y sabe, su señoría con que cuento me sale el muy bribón? ¡Que el lechón se echo a correr cuando abrió el horno para sacarlo!

JUEZ.- Calma, granjero, que la ira es mala consejera, juzguemos serenamente. ¿Puede negar alguien que el lechón es escurridizo y corre velozmente ante el peligro de muerte?

GRANJERO.- Pero, señor juez. Es imposible. El lechón estaba muerto y aderezado.

JUEZ.- Nada hay imposible ante la voluntad de Dios. Muerto y bien muerto estaba Lázaro cuando se le fue dicho: “Levántate y anda”.

SECRETARIO.- San Juan, capitulo once, versículo cuarenta y tres.

JUEZ.- ¿Vas a poner en duda los santos evangelios?

GRANJERO.- ¿Qué importa ahora San Juan? De lo que se trata aquí es de Juan Blas el cocinero. Y yo afirmo que un cocinero no puede hacer milagros.

JUEZ.- ¿Cómo que no importa? ¡Anote, secretario!

SECRETARIO.- Anoto (escribe vertiginosamente)

JUEZ.- Lea el folio secretario.

SECRETARIO.- Primero: el acusador confiesa ser granjero de oficio, con desprecio evidente del quinto mandamiento: no matarás. Segundo: declara impúdicamente no importarle un rábano los santos testimonios.

JUEZ.- Suficiente. Lo siento por ti, hijo mío. Podría perdonarte que hayas tratado de difamar a un honrado ciudadano, sin pruebas ni testigos, y hasta ue hayas penetrado con armas al templo de la justicia,. Pero esa herejía in fraganti no tiene perdón posible.

GRANJERO.- (Cae de rodillas) ¡Misericordia, señor! Yo me retracto de todo lo dicho ¡Es mi culpa, toda mi culpa!

JUEZ.- ¿Tiene algo que oponer el acusado?

COCINERO.- Por mi parte puede ir en paz, yo lo perdono.

GRANJERO.- Gracias hermano Blas. Gracias, señoría.

JUEZ.- (Agita la campanilla y se levanta para sentenciar. Todos en pie). Vista la conciliación de las partes: se le devuelve al cocinero la honra y la fama que se le habia quitado. El lechón mas grande que tenga el granjero debe traerlo a este tribunal como descargo. Previo el pago de veinte soles para ayuda de los condimentos del caso. Condiméntese y sírvase. ¡Digo! ¡Sobreséase y archívese! (Nuevos campanilazos) Que hable el segundo.

PEREGRINO.- Yo, señor, soy un pobre peregrino de vuelta a su tierra. Estaba en la iglesia rezando santamente mi rosario cuando siento mucho ruido en lo alto de la iglesia. No hago más que levantar mis ojos, cuando este cocinero cae sobre mi rompiéndome cuatro costillas. ¿Qué va a ser de mí ahora, viejo y tullido?

JUEZ.- (Encarando furioso al cocinero). ¡Ah, bestia del Apocalipsis! ¿A un anciano bendito del apóstol, en plena oración y en pena iglesia? ¿Cómo puedes disculpar tal sacrilegio?

COCINERO.- Yo iba ciego de terror y entre en sagrado buscando refugio. El granjero me perseguía con su escopeta. No me quedaba otra salida que saltar la baranda. Entonces cerré los ojos y… ¡zas! ¿Quién podía imaginar que este santo varón estuviera debajo?

JUEZ.- ¡Basta! Has incurrido en pecado de profanación y la ley ha de ser inexorable. ¡Ojo por ojo, costilla por costilla! Vete ahora mismo a la iglesia y arrodíllate a rezar el rosario. Tú peregrino, súbete al coro, cierra los ojos y tírate sin miedo encima de él.

PEREGRINO.- Pero, señor juez, ¡Son cinco metros de altura!

JUEZ.- Mejor, cuanto más alto el coro, mayor será el castigo.

PEREGRINO.- Pensándolo bien, con las costillas que me quedan todavía puedo arreglarme. ¡Y es tan cristiano sufrir y perdonar! Si el señor me lo permite prefiero retirar la demanda.

JUEZ.- ¿Tiene algo que oponer el acusado?

COCINERO.- Nada, señor.
JUEZ.- En ese caso… (Campanillazos y todos de pie). Visto el mutuo consenso y la cristiana renunciación del demandante: por esta sola vez, y sin que sirva de precedente, se autoriza al peregrino a seguir su viaje libre de toda multa. Sobreséase y archívese. (Se sienta) Que hable el tercero. (Vuelve a su sitio el peregrino y se pone de pie el sastre)

SASTRE.- Yo señor, soy sastre de tijera, como puede verse. Hace siete años me casé soñando en tener un hijo a quien heredar mi oficio y ahorros, pero el fruto esperado no legaba. Hemos intentado de todo hasta hace unos meses cuando por fin el milagro se hizo…

JUEZ.- Conmovedora historia, pero al grano, al grano.

SASTRE.- Pues al grano fue que al mediodía cuando íbamos juntos a la iglesia a dar gracias al cielo, cuando de repente, la puerta se abre de golpe, este energúmeno que sale estrellándose contra mi mujer, y mi trabajo de siete años perdido en un minuto. ¡Justicia contra el asesino!

COCINERO.- ¡Soy inocente! ¡Si yo hubiera sabido que tu mujer estaba en vísperas, antes me hubiera dejado arrancar los ojos que rozarla siquiera! ¡Perdón hermano sastre!

SASTRE.- Nada se arregla con perdones. Esta mañana yo era un hombre feliz y ahora soy un desdichado. Esta mañana mi mujer estaba llena y redonda una manzana y ahora está floja y escurrida como un trapo. ¡Justicia, señor juez!

JUEZ.- ¡Ah miserable cocinero! ¡De esta si no te salvas! ¡Llévate a tu casa a la mujer de este buen hombre y no descanses hasta devolvérsela llena y redonda como estaba! ¡Pronto!

COCINRO.- (Levantándose resuelto). ¡Vamos!

SASTRE.- Me niego. ¡Es una injusticia manifiesta!

JUEZ.- ¿Insulto a la autoridad? ¡Veinte soles de multa! (El secretario escribe rápidamente)

SASTRE.- No me importa el precio. ¡Todos mis ahorros con tal de ver en la cárcel a ese desalmado!

JUEZ.- ¡Intento de soborno! ¡Cuarenta soles de multa!

SASTRE.- (Desesperado, buscando amparo en la conciencia popular). ¿Oyen esto, vecinos? ¿Puede consentirse este atropello?

JUEZ.- ¿Incitando a la rebelión? ¡Ochocientos cuarenta soles!

SASTRE.- ¡Apelaré ante el presidente! ¡Si es necesario llegaré hasta la corte internacional de Costa Rica!

JUEZ.- ¿Colaboración con la potencia extranjera? ¡Mil seiscientos soles! ¿Tiene algo más que alegar?
SASTRE.- (Calmándose de repente). Nada, señor, muchas gracias. Sólo quisiera hacer constar humildemente que, en cuanto al cocinero, renuncio a toda restitución en especie. Mis cosechas prefiero sembrármelas yo mismo.

JUEZ.- Puesto así, puede considerarse. ¿De acuerdo el acusado?

COCINERO.- De acuerdo.

JUEZ.- Conciliadas las partes. (Campanillazos y en pie). Veinte, cuarenta, ochocientos cuarenta, mil seiscientos, dos mil quinientos soles redondos. Páguese, cóbrese y embólsese. (Se sientan). Que hable el cuarto. (El leñador se levanta confuso, escondiendo su rabo. Vacila. De pronto echa a correr hacia la puerta. Los alguaciles cierran el paso). ¡Alto! ¿A dónde va ese loco?

LEÑADOR.- Es tarde y tengo que levar mi leña al mercado.

JUEZ.- Aguarda, hijo. Primero tienes derecho a que se te escuche y se te haga justicia. ¿No traías una acusación contra este maldito cocinero?

LEÑADOR.- ¿Una acusación yo? Yo juro y perjuro por toda la corte celestial que mi burro nació sin rabo, que toda su vida ha vivido sin rabo, y que sin rabo a de morir en paz y en gracia de Dios. ¡Con licencia, señor juez! (Sale corriendo)

TELÓN RÁPIDO

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